jueves, 5 de noviembre de 2009

Adiós




Incrustada bajo su piel, encapsulada entre cortinas impersonales, sudaba cada litro de soledad.

Destejió los nudos delgados de la decencia y se vistió de sí... desnuda, sin su yo irreal.
Al acabar el coito no sabía dónde esconderse. ¿Aquella había sido la frágil Azucena?
¿Pero qué movimientos fueron los que practicaba, de dónde ese relamer simiente humana con tanta ferocidad?

Estaban enterrados los catecismos, horas de maldita iglesia, lavados de cerebro y adoctrinamientos parecidos.

Se sentía otra, descompuesta y reconstruida.
Formada de hormigón corruptible.
Pero ahora ¿cuál era su esencia?
¿Había estado constituida alguna vez de alma?
Nunca poseyó identidad con dicha cosa, pero ahora era evidente.
Estaba hecha de algo verdadero: tangible e intelegible.
Algo penetrable y neutro.
No, no alma.

Lubricada por los fluidos mancomunados, jugó el miembro de aquel chaval como si fuese un objeto místico y sagrado, para luego herirlo con el menosprecio más humano que existiese. Lo masturbaba y tragaba alternativamente, lo punzaba con zaña usando los colmillos por el simple placer de dañar. Le gustaba oírlo gritar a la vez que la alagaban sus gemidos. Continuando, sin interrumpirse, inició a pensar.

"Me fascina sentir el peso muerto de su cuerpo sobre mi bajo vientre la textura fibrosa de este biscoso líquido el gritar hirviente y suave con que me excita a media luz éstas piernas flácidas tensándose conforme trasciende en mí aunque habiendo tantos habré de probar más"

Se fue irremediablemente y no volvió, el chaval quedó triste.

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